24/10/12

Nadie es inmune al dolor

¿Piensas qué no duele? ¿En serio eres tan imbécil como para creértelo? Entonces, si tuvieras razón, ¿De dónde procederían mis lágrimas? ¿De dónde? ¿Y cuál sería la causa de la ausencia de mi sonrisa? ¿Cuál? ¿Y por qué ahora en mis manos tengo débiles fragmentos de lo que en un día pudo considerarse mi corazón? ¿Por qué?

No duele. Destruye. Te mata lentamente. Lo que tú piensas que es obsesión, en mi idioma le llamo amor.

¿De veras piensas que exagero o solo es tú consuelo para evitar las posibles culpas que te reconcomen por dentro? Para tener una excusa con la cual te libres del malestar al ver mis lágrimas derramarse. Para mirarme a mis ojos humedecidos y poder decir:

-No es mi culpa, te lo advertí.

Ya sé que la culpa es mía. Que yo fui la tonta que se emocionó con tus "te quiero" y con tus "para siempre". Lo que no sabía es que tus "para siempre" tienen un final.

Pues espero que sepas que ese nudo en tu garganta, esas noches en vela y esa extraña sensación que sentirás al verme. Eso, será tú castigo.

Y estoy segura de que a esa barbi la cambiarás por otra, pero llegará el momento en el cual te tocará sufrir. Y cuando suceda, estaré allí, en tus recuerdos, junto con más chicas, para aumentar tu dolor. Para que veas como las personas no somos de hierro y la vulnerabilidad yace en nuestro interior. Y es que nadie es inmune al dolor. Ni siquiera tú.





17/10/12

Pulseras de la amistad II parte

¡¡¡Hola!!! Aquí os traigo la segunda parte de Pulseras de la amistad, espero que os guste ^^


 

Seguí avanzado entre la oscuridad del pasillo. Esa noche perduraría en mis recuerdos para siempre. Mi casi fallecimiento, la muerte de mi hermana y el abandono de mis padres. Recuerdos dolorosos y escalofriantes de mi infancia, aquel día me había cambiado por completo. Me habían obligado a madurar de golpe. Hoy era el día en que se me concedería la libertad y me obligaban marcharme del orfanato en el que había vivido durante ocho años entre gritos, llantos y dolor. Siempre había querido volver al lugar en el cual la muerte había estado muy cerca de mí y en donde perdí lo único importante que me quedaba tras la muerte de mi gemela, la pulsera roja que nos regalamos la una a la otra por nuestro noveno cumpleaños y que se me cayó en algún momento de esa inolvidable y angustiosa noche. Si la encontraba podría seguir con mi  vida, hasta a lo mejor podría intentar olvidar el pasado y centrarme en el presente pero para ello necesitaba ese amuleto. Cada vez se me hacia más difícil ver, la oscuridad predominaba en el lugar. De pronto empecé a oír unos extraños ruidos. Avancé en dirección a ellos. Ese sonido se me hacía familiar, conocido. A medida que avanzaba las paredes iban adquiriendo un aspecto más desolador y el putrefacto hedor que desprendían provocaban que contuviera el aliento. Al acercarme más al desagradable sonido, pude identificarlo como gemidos. Lastimosos y afligidos. Se fueron haciendo más fuertes y sonoros, hasta que ese sonido se impuso al latir desenfrenado de mi corazón y al crujir del suelo podrido causado por mi peso. El miedo hacía tiempo que me acompañaba, erradicándome sollozos de terror. Mi tez había adquirido un tono blanquecino. La palidez hacía resaltar el temor que se hallaba en mis dilatados y nerviosos ojos. Me paré en seco cuando encontré la puerta de la cual procedían aquellos incesables gemidos. Esta permanecía cerrada. Coloqué una mano sobre la puerta, su tacto era áspero. Puse mi otra mano también en ella y sin pensarlo empujé la puerta. Esta ante la presión en la que se encontraba, cedió causando un chirrido funesto. El pulso se me había acelerado peligrosamente, podía sentir el movimiento de la sangre en mis venas, el vaivén del flujo que entraba y salía de mi fuente de vida. El sudor me empapaba la frente. Mis ojos se negaban a levantar la vista del suelo por temor a lo que pudiesen observar. Pero algo me obligó a hacerlo, más bien la curiosidad me mataba por dentro pues desde que había accedido a la sala un silencio sobrecogedor se había apoderado de la estancia.  Con lentitud forcé a mi cabeza para que se alzara, pese a su resistencia conseguí mi objetivo. Ojalá hubiese hecho caso a mi instinto. La escena que se mostraba frente a mí me paralizó. Cerré los ojos. Los abrí. Los volví a cerrar. Los volví a abrir. No quería creerlo. Un rayo ayudó a mi visión a observar el lugar. Grité. Lloré. No podía ser. El terror me provocó un irremediable temblor.  Quería parar. Pero no podía. Me creí con fuerzas para observar la escena. Me equivoqué. El corazón galopaba en mi pecho. El sudor recorría mi cuerpo. Cada parte de mi ser era súbdito del terror. Era la habitación donde estuve a punto de morir. En la cual falleció mi hermana. La cama estaba ocupada por alguien. Oculto por una sábana. Avancé un paso. Seguido de otro. Y otro… Hasta que me encontraba enfrente de la cama. Respiré profundamente. Una. Dos. Y tres veces. Levanté la mano y la guié hasta la sabana. La agarré con fuerza. No quería pararme a pensar qué era lo que se ocultaba bajo ese desgastado y sucio trapo. Tiré de ella y cerré los ojos de golpe. Ya había destapado la camilla, ahora solo me faltaba un poco de valor para observar qué era lo que se escondía tras aquel trapo. “Ya he llegado hasta aquí, ahora no puedo echarme atrás”. Me dije a mi misma intentando darme ánimos. Suspiré lentamente. “No soy una cobarde” Seguí pensando. “Lo puedo hacer, solo tengo que abrir los ojos” Con estas conseguí estimularme y realizar mi propósito… Abrí los ojos. Observé atentamente lo que se encontraba justamente en frente de mí. Nada. Desconcertada palpé la camilla en busca de aquel objeto o cosa que había provocado la elevación de la sábana. Una búsqueda inútil. Mi pulso se había normalizado y el terror que anteriormente me acompañaba, había desaparecido por completo. Gracias a la ayuda de otro rayo pude ver algo en el suelo a escasos metro de mí. Me acerqué lentamente mientras mi pulso se volvía a acelerar pero esta vez no de miedo sino de alegría. Una alegría que no tardó nada en envolverme cuando el pequeño objeto estuvo entre mis manos. Mi pulsera. Me volteé para irme de ese lugar en cuanto antes dado que mi misión ya la había cumplido, pero algo se encontraba precisamente detrás de mí. Algo de lo que no me había percatado por el regocijo que me había dado encontrar la pulsera. Instantáneamente me paralicé. Mi mente intentaba sin éxito procesar la información que mis ojos le estaban dando. No sé con exactitud cuanto tiempo estuve ahí quieta frente aquella cosa, pero en cuanto me cercioré de que todo estaba ocurriendo en mi mente salí corriendo por la puerta en busca de la salida. Nunca más volvería a entrar ahí. Nunca más, ni tampoco contaría a nadie lo que vi que aquella cosa portaba en la muñeca. Aquel objeto que me hizo palidecer. La otra pulsera roja.
 
 
 
 
 
Espero que os halla gustado ^^ El próximo miércoles colgaré otra entrada no sé si será otra historia corta o una reflexión ^^ Bss y gracias por leer :)

10/10/12

Pulseras de la amistad

¡Hola! Ya es miércoles y como las dos semanas anteriores voy a poneros una historia corta. Os la dividiré en varios capítulos espero que os guste ^^ el género es el terror.



Los latidos de mi corazón retumbaban con vigor en mi interior. Un sudor frío me recorría el cuerpo. Notaba mis músculos en tensión. Mi visión intentaba sin éxito acostumbrarse a la lobreguez que invadía la sala. La lluvia golpeaba los fracturados ventanales con fuerza acompañada por restos de vegetales. La agonía me imploraba que huyese de allí, que recorriese mis pasos devuelta a la civilización. Pero el coraje luchaba contra ella, en una batalla que tenía de antemano ganada. No iba a abandonar, los últimos resquicios de mi vida se encontraban en una parte de este desolado, vetusto y terrorífico hospital. Traspasé la estancia con determinación. Al final de ella se hallaba una puerta que me conduciría hacia el centro de la derruida construcción. El suelo crujía ante mi avance, formando una perfecta unión con la tormenta para crear una atmósfera cargada de terror. La puerta rechinó al abrirla, dejado a la vista un pasillo sumido en la más profunda oscuridad.  A los diversos lados se encontraban puertas idénticas salvo por el número que se hallaba pintado en cada una. Mi respiración se volvió lenta  mientras intentaba percibir algún sonido que me pudiese alarmar sobre posibles peligros que podrían acecharme en esta edificación. No distinguí ninguna anomalía en el lugar por lo continué con mi avance. La puerta se cerró tras de mí provocando un gran estruendo que resonó por todo el hospital. Pasé de largo numerosas puertas tras las que se escondían recuerdos dolorosos bajo una capa de suciedad. Cada vez me adentraba más en la oscuridad, privándome de lo poco que mi visión se había acostumbrado a ella. Mis pasos resonaban por aquel corredor quebrando el silencio originado a lo largo de los años. El rugir de la tormenta ya no se podía percibir, por lo que yo era la única que perturbaba la quietud del lugar. Los segundos transcurrían y yo seguía vagando por los oscuros y desgastados pasillos. Todavía no había encontrado lo que buscaba, lo que durante tanto tiempo había estado reconcomiéndome por dentro provocando mi insomnio. Ocasionado por esa noche que había estado presente en todas mis pesadillas.

 

***

La noche ya había caído sobre un pequeño pueblo del norte de Madrid y el silencio reinaba en la penumbra, pero fue destronado por un grito desgarrador que perturbó la tranquilidad de los habitantes. Su origen se encontraba en una joven de unos diez años. Se había despertado tras sufrir pesadillas que se acercaban más a la realidad que a la ficción. Sus padres desesperados por los gritos que emitía la joven, la llevaron al hospital que se hallaba a unos kilómetros en otro pueblo con mayor población que estaba a punto de ser reconocido como una ciudad. Eran las tres de la madrugada y el hospital parecía en calma, una calma que no perduró mucho pues rápidamente al llegar los padres con su hija gritando como si se estuviera muriendo la alarma se instauró en la clínica. Los doctores y enfermeros iban de un lado a otro intentando ayudar a la joven, que seguía chillando como una loca.  Los padres vieron con los ojos inundados en lágrimas como se llevaban a su hija a la sala de emergencias mientras que su gemela observaba todo anonadada y asustada. Los padres intentaron calmarla diciendo que se pondría bien, más la niña no era tonta y sabía a la perfección que lo que le estaba sucediendo no era frecuente. Pasaron horas en que la familia se encontraba en completa tensión, lo único que se oía eran los gritos agónicos de la joven. Se encontraban en la sala de espera, una estancia de color grisáceo alumbrada por una tenue luz que refulgía de unos focos situados en el techo. La niña apretaba con fuerza lo único que ahora le ataba a su hermana, una pulsera de hilos rojos que portaban siempre las dos pero cada una en una muñeca diferente. La chica sentía dolor por su hermanita pero no entendía lo que estaba ocurriendo. Podía sentir la angustia que se respiraba en el ambiente, cada gota de sudor que resbalaba de la frente de su padre, la respiración agitada de su madre. Todas esas reacciones no pasaron desapercibidas para la joven que movía con nerviosismo la pulsera como acto reflejo ante la situación. Tras horas que parecieron interminables para la familia, un médico llamó a los padres queriendo hablar con ellos en privado. La niña quería saber que era lo que la ocultaban, el porqué de que su hermana hubiese gritado como si la vida le fuese en ello. Así que cuando sus padres la dejaron sola ella emprendió el camino que habían tomado sus padres. Este la llevó a un pasillo con innumerables puertas de las que procedían quejidos que provocaron que se la pusiese la piel de gallina. La iluminación era mortecina, la mayoría de los reflectores se hallaban fundidos. Una gélida brisa ocasionó un pequeño escalofrío que la recorrió la espalda. Era el perfecto escenario de una película de terror. La joven se concentraba en el sonido de sus pisadas y en el ritmo acelerado de su corazón pretendiendo así poder expulsar esos gemidos que se iban clavando como flechas en su mente.  Anduvo con rapidez adentrándose cada vez más en el hospital. Paró en seco al ver una puerta entreabierta de la cual procedían unos sollozos que reconoció, eran los de su gemela. Gritos. Suplicas. El corazón aceleraba su ritmo a cada paso que daba, sus pupilas se dilataban por el esplendor que se escapaba de la habitación. Algo en su interior la ordenó parar, era su conciencia, pero ella desobedeció ateniéndose a las consecuencias que conllevaría asomarse a esa sala. Ya se encontraba frente a la puerta, los sollozos se oían claramente, la persona de la cual procedían debía de estar aterrorizada. Con lentitud acercó sus ojos al pequeño espacio que separaba la puerta de la pared. Sus pupilas se dilataron lo máximo posible por el miedo al observar la escena que se estaba llevando acabo en la habitación. Su hermana se hallaba atada por unas cuerdas a la cama, sus padres y el doctor hablaban en susurros por lo que no pudo escuchar su conversación. Las cuerdas le estaban haciendo rozadura en las muñecas y en los tobillos, las lágrimas caían de sus ojos sin parar, la habían puesto una soga en la boca para acallarla pero sus lamentos se podían escuchar claramente. Entonces vio avanzar al doctor con una jeringuilla en las manos, el cuerpo de la joven amordazada en la cama comenzó a temblar sin pudor. Los ojos de la chica portaban algo. Terror. La vio intentándose desprender de las cuerdas con desesperación. Eso fue suficiente.  La chica empujó la puerta  abriéndola de un golpe y corrió a defender a su gemela. Los padres de ella la miraron con horror, no esperaban que hiciera presencia. El doctor no se percató de que la joven acababa de entrar y siguió con su cometido, clavar la jeringuilla en el brazo de la chica. La gemela se interpuso entre ambos siendo ella la que recibió el pinchazo. Los padres gritaron y corrieron a abrazar a la joven que se convulsionaba en el suelo sin poder remediarlo. Lágrimas caían del rostro de los familiares al ver la escena, la niña de la camilla lloraba amargamente por lo que el contenido de esa inyección conllevaba. La muerte. Los padres abandonaron en un orfanato a su hija viva, su única cura habría sido la muerte pero tras el fallecimiento repentino de su otra hija no se veían con fuerzas para llevar a cabo esa acción. El olvido no hizo compañía a la chica que recordaría siempre lo que sucedió aquel día en el que sus padres estuvieron a punto de matarla y en el cual su otra mitad había muerto por salvarla. Sus padres eran buenos creyentes y al creer que su hija estaba poseída por el diablo quisieron matarla, una gran equivocación porque años después dieron con la verdadera causa de sus gritos. Era esquizofrénica.
 
 
 
 
 
 


                                                                       ***

Bueno hasta aquí os dejo que no quiero que se os haga muy pesado ^^ Espero que os haya gustado.  ¡el próximo miércoles colgaré la continuación! Bss ^^ Por cierto la historia de canfranc está sufriendo muchos cambios por lo que a lo mejor modifico los primeros capítulos y en cuanto lo haga ¡empezaré otra vez a subir capítulos! Gracias por leer

3/10/12

Pecuniam et avaritia II

¡¡¡HOLA, HOLA!!! Aquí os traigo la continuación de Pecuniam et Avaritia ^^ ¡¡¡¡espero que os guste!!! Y  ya sabeis... de ahora en adelante una nueva entrada cada miércoles ^^ BSS


-Chi… ¡Hip!... Y entonces llegó ¡Hip!... Mi madre y me dijo ¡Hip!... ¡No juegues con la comida!!!-  Carlo se rió escandalosamente.

-Mi querido Carlo, ¡qué gracioso eres!- gritó la mujer que había hecho que bebiera durante horas. Ahora él no podía ni tenerse en pie, y lo manipularía a su antojo.-Y mira qué gracioso es también este papel que pone que firmes, haríais una buena pareja. ¿Por qué no se lo demuestras firmándolo?- añadió ella.

-Mi padre me dijo ¡Hip!...   que nunca firmase ningún papel ¡Hip!...  sin haberlo leído. Pero ahora ¡Hip!...   no puedo leer, así que ¡Hip!...   dámelo y lo firmo. ¿Le caeré bien, al papel?-  preguntó, completamente ebrio.

-Claro, tú le caes bien a todo el mundo- dijo, completamente zalamera. Mientras lo firmaba, ella pensó en la cantidad de dinero que aquella firma implicaba.

-Bueno, esto ya está. Ya somos amigos, el papel y yo- dijo Carlo, ajeno a los pensamientos de su acompañante. Se lo entregó a la chica.

-Muchas gracias, Carlo. Ahora me temo que debo irme, ha sido un placer pasar este rato contigo.- se despidió con la mano, sacudiéndola, seguido por un largo beso que nada tenía de verdadero. Carlo se tumbó en la cama, ajeno a la sentencia que acababa de firmar.

A la mañana siguiente Carlo se levantó con un fuerte dolor de cabeza. No recordaba nada desde que empezó a beber vino con una señorita muy bella que había ido a visitarle. De pronto unos golpes en la puerta hicieron que se quejara por el dolor. Fue a abrir la puerta y se encontró con Paulo Farinelli.

-Buenos días señor Broschi ¿Disfrutó del resto de la noche?-Preguntó con un toque de maldad en la voz.

-Si, eso creo, tengo los recuerdos un poco borrosos.

-Oh, qué pena, entonces ¿no se acuerda de su amigo el papel?

-¿Mi amigo el papel? ¿De qué me habla?

-¿No se acuerda? El contrato que declaraba que yo sería vuestro representante, y por lo tanto, vos deberéis actuar cuando yo os lo ordene. Me alegra mucho que al final decidieseis hacer lo correcto.  Haré que vuestra fama y dinero solo vayan en aumento. Por cierto, desde este instante os llamaréis Farinelli, en honor a mi célebre apellido. Vuestra próxima actuación será en Roma, en el teatro Giovanni cantando la canción “Pecuniam et avaritia”. Partiremos hacia nuestro destino en un par de días. Mientras tanto disfrute de su tiempo libre.-Dicho esto se fue dejando al nuevo Farinelli asombrado.

 

                                                                                               ***

Una mujer tan hermosa como letal se encontraba en una de las más prodigiosas escuelas de violín de toda Italia. Había decidido donar, al mejor violinista, un valioso instrumento que había adquirido recientemente. Cuando el chico aceptase le harían firmar un contrato con e que le controlarían  la vida. Y esa vida, juntada con el talento de otra, les haría enriquecer. Llamó a la puerta, se dio los últimos retoques en los labios y esperó. Se oyeron unos pasos al otro lado y se abrió.

-Buenos días, señorita Margarethe. ¿Qué tal le van sus asuntos?- preguntó un hombre regordete con cara agradable.

-Muy bien, muchas gracias, señor Piscolini. Venía por el asunto del nuevo violinista. Creo que promete, ¿no es así?- preguntó Margarethe con fingida inocencia.

-Sí, señora. El chico es una  auténtica maravilla, y cuando toca, uno siente que los mismísimos ángeles están cantando. Pero no sigamos hablando de él. Pase adentro, y usted misma lo comprobará.

-Es usted muy amable. Me sentiría muy agradecida si me lo presentase. Pero antes déjeme oírle tocar.-Dijo entrando en la sala y mirando fijamente a un muchacho, que, si de verdad era un espléndido artista tocando el violín, su camino y el de esa mujer estarían cruzados. Margarethe se sentó en un sillón y calló esperando que el joven empezara a tocar.

 

                                                                                           ***

Jamás había oído hablar sobre esa ópera así que había ido a preguntar en librerías cercanas y otros lugares en lo que pensó que podrían darle la información que necesitaba. Era una canción poco conocida que, según le dijo el primero de los que preguntó, forzaba al máximo las facultades vocales del artista. Poco a poco se iba enterando de que iba la letra de la ópera. Trataba de un avaricioso rey que quería reunir el mejor ejército jamás visto para dominar muchos territorios y hacerse inmensamente rico.

Ya en sus aposentos, recogía todas sus pertenencias para partir hacia su próximo destino, Roma. En ese momento llamaron a la puerta y una voz masculina le informó de que había llegado su carruaje. Farinelli con un suspiro de resignación y salió de la habitación, dando al hombre sus maletas para que se las llevara.

Al entrar en el carruaje vio que no iba vacío, un joven de unos quince años que portaba un violín en sus  manos, se encontraba dentro. Farinelli se sentó en frente de él y esperó a que el carruaje se pusiera en marcha para empezar a entablar una conversación con su acompañante.

-Buenos días.-saludó cortésmente.-Me llamo Carlos Broschi, perdón, Farinelli.-Se corrigió rápidamente al recordar que Paulo le cambió el nombre,  por culpa de ese contrato en el que fue engañado para que lo firmase su vida le pertenecía para siempre. El joven se tomó su tiempo antes de hablar.

-Yo me llamo Giovanni Perotti, violinista.-Añadió al ver que se quedaba mirando la funda del violín con especial interés. Farinelli no dijo nada al respecto, seguramente Giovanni, al igual que él, tenía como representante a Paulo y actuaría en Roma.

 Llegaron a su destino horas mas tarde. Allí se encontraron con su representante, el señor Paulo, que les avisó de que se alojarían en una mansión que estaba en su  propiedad. Los músicos le pidieron que les dejara irse a sus respectivas habitaciones dado que estaban agotados por la pesadez del viaje. Él aceptó encantado pero les avisó de una cosa que dejó a ambos estupefactos. Los dos representarían juntos dentro de un par de semanas “Pecuniam et Avaritia” en el teatro Augusteo. Los dos artistas se miraron, sorprendidos. Nunca antes habían hecho una actuación junto a otra persona, sus talentos eran tan excepcionales que nadie permitía que tocaran a conjunto. Todavía anonadados cada uno entró en su respectiva habitación para descansar. Seguramente esos días serían bastante duros para ambos.

Los días pasaron y Farinelli y el joven Giovanni por cada segundo que pasaba se sentían más nerviosos. Ensayaban día y noche hasta que el agotamiento les obligaba parar.  Con los días el castrati y el violinista estrecharon lazos. Los dos eran jóvenes promesas de la música y ambos lo sabían. A dos jornadas de la gran noche Farinelli y Giovanni tras un duro día de trabajo oyeron una conversación entre Paulo y Margarethe, la mujer que había conseguido que los dos condenasen su vida al firmar el documento que les entregó. Hablaban sobre cómo conseguirían que hasta los nobles pagaran grandes patrimonios por escuchar a ambos músicos. Haciéndose así más poderosos que ningún otro ser humano. Haciendo que hasta los mismísimos reyes se arrodillaran ante ellos. Solamente debían manipular sus pensamientos logrando con la música más bella que perdieran toda su capacidad de elección y se hicieran adictos a ella. Ante lo escuchado los dos músicos decidieron maquinar un plan con el fin de acabar con el objetivo de Paulo y Margarethe. Esa noche hablaron largo y tendido sobre el final de la carrera de Paulo y satisfechos se fueron a dormir tranquilamente, su plan se llevaría acabo dentro de dos días, hasta la fecha solo podían actuar con normalidad sin levantar sospechas.

 

La noche esperada llegó con prontitud y todos estaban expectantes por la actuación que se llevaría acabo en el teatro Augusteo. La tensión era palpable en el ambiente. Paulo sonreía pensando que su plan era imparable y que dentro de muy poco todos aquellos que estaban sentados en el teatro esperando a que empezara el espectáculo lo alabarían como a un Dios.

Farinelli y Giovanni esperaban nerviosos a que les mandaran al escenario, no podían cometer ni el más mínimo errar si querían que su plan saliese victorioso. Como la última vez, Farinelli tembló al oír que debían salir ya, pero otra vez se llenó de coraje y salió al escenario en compañía de Giovanni, que portaba el lustroso violín escarlata.

Ya en vista del público, todos los murmullos y aplausos se acallaron para dejar paso a una melodiosa sinfonía. El conjunto de estos grandes músicos hizo que a todos los presentes se les ablandara el corazón y que varias lágrimas surgieran de sus ojos. El señor Paulo ya estaba imaginando todas las riquezas y el poder que obtendría con más nitidez, ya pensaba que todo estaba hecho y que su plan había cumplido con su cometido cuando de pronto, la letra de la canción comenzó a cambiar. Farinelli ya no cantaba sobre un rey avaricioso que intentaba conquistar el mundo a base de derramar sangre de gente inocente a manos de su ejército, no, estaba cantando sus planes, desvelando así todos sus secretos, haciendo que el plan que creía perfecto se rompiera en mil pedazos. También el sonido del violín había cambiado, su tono inicial había sido suave, calmado, ahora el sonido era violento, casi desesperado. Los espectadores poco a poco fueron dándose cuenta de que lo que los jóvenes artistas estaban interpretando no era ficción, sino la realidad. Paulo miró a los dos músicos, sabía que ellos eran los culpables de  que su plan se hubiese desmoronado, pero, incluso habiéndole hecho eso, no podía dejar de pensar  en lo maravillosos que eran. Cada uno a su manera pero en el mismo territorio, Mientras miraba embelesado hacia el escenario donde creyó que surgiría su poder los guardias del teatro lo apresaron.

Farinelli y Giovanni al terminara fueron golpeados por una estampida de gritos y aplausos que les alababan. Estos con una sonrisa en la cara por haber logrado que los planes de Paulo se volvieran contra él y por la gran actuación que habían hecho esa noche, salieron del escenario, sintiendo que por fin su vida les volvía a pertenecer.

Lo que sucedió después.

Margarethe fue arrestada en la frontera que separaba Italia de Francia. Junto con Paulo fue condenada a muerte por incumplir las leyes e intentar hacerse con el máximo poder.

Giovanni y Farinelli, tras la actuación, siguieron caminos distintos y no se volvieron a ver.

Farinelli se casó con una joven heredera y convirtió en el castrati personal de la Corte Francesa,  donde vivieron durante muchos años hasta que se dieron cuenta de que sus vidas estaban llegando a su fin y  volvieron a Italia donde pasaron el resto de sus días en una gran villa a las afueras de la capital. Carlo Broschi se quedó con el pseudónimo que le puso Paulo como recuerdo de una de las etapas más difíciles de su vida.

Giovanni poco después de la gran noche tuvo un encuentro con Nicolo Bussoti. Tras una larga conversación Giovanni le entregó “El Violín Rojo” a su verdadero dueño, pero no dejó de tocar. Tuvo mucho éxito en Inglaterra y murió por culpa de una enfermedad años después de haber formado una familia.
Aunque estos músicos no se volvieron a ver, los recuerdos de esa noche perduraron en sus cabezas hasta que sus vidas llegaron al final de su camino, la muerte.







Espero que os halla gustado esta pequeña historia que escribí para un concurso con mi prima. No ganamos porque nos pasamos de la extensión pero lo presentamos a otro y ¡¡¡GANÓ!!!